7 abr 2013

El camino recorrido.



Esta es la historia de una chica normal, no nos engañemos. No todas las historias deben de ser de grandes, y heroicas personas, que realizan grandes gestas, o que descubren míticos lugares perdidos, corriendo un sin fin de aventuras. Es la historia de una persona normal, como digo, aunque no por ello es una mala historia.

Nuestra historia comienza en el seno de una familia trabajadora. Con un  padre, funcionario de toda la vida, y una madre, que auxiliaba a su padre, el abuelo, en la empresa familiar. Nuestra protagonista, desde muy pequeña siempre dio muestras de poseer una afinidad singular con todos los animales. No es extraño que un niño quiera, desde su más tierna infancia, ser veterinario, pero no es común cuando creces, seguir con la misma determinación, y entusiasmo. Cuando un niño sale del colegio, y está en la adolescencia, normalmente, sus objetivos varían. Es por tanto inusual cuando te conviertes en adulto, como digo, continuar con esta convicción a la hora de entender que es lo quiere ser de mayor, lo que por supuesto, no fue bienvenido en su hogar. No podía se menos. Para la familia de nuestra protagonista, fue un duro varapalo el encontrarse con la obcecación de la niña, que por todos los medios, refunfuñaba, y esgrimía argumentos impropios de su edad, con el convencimiento de estar en el verdadero camino para labrarse su futuro. Por supuesto, lo que la niña no sabía, era que la carrera de veterinaria nunca fue una opción para sus padres. Para ellos las únicas carreras que su hija podía realizar eran o económicas, o medicina. Así que aunque nuestra protagonista se esforzó, y trabajó todo lo que pudo para que sus notas fuesen las mejores, conseguir lo que tanto ansiaba siempre fue, algo imposible. Esta historia que comienza así, no es para mí extraña, ya que creo que está de más decir, que esa niña era yo.

Pero estas son las cosas que tiene la vida. Aunque se trace un plan exquisitamente ideado, el destino tiende, siempre, a imponer su voluntad. Esto me lleva a recordar, el que fue, uno de mis mejores días de cumpleaños. Aun me encontraba realizando mis estudios, cuando uno de mis tíos, me llamó para darme su regalo. De repente me encontré con una nube de entusiasmo, y vitalidad, todo lleno de lengua y cola que no paraba de lamerme, y hacerme arrumacos. Con una confianza extrema, un Rough collie de nombre Varón, estaba intentando convencerme para que fuese su amiga. No le costó mucho, he de decir, pero fui la única que vio con buenos ojos la llegada de Varón a nuestra casa. Al contrario de lo que me esperaba, la idea de que aquel perro se quedase conmigo desató enfrentamientos familiares que prefiero no recordar. La causa de todo el alboroto, no solo era el perro en sí, si no que a mi madre le dan miedo los perros, y por supuesto, eso significaba que no iba a dejar a una de sus hijas tener uno.

Lo cierto es que, pese a quien pese, aquel perro aporto mucho a mi vida. Fue mi primer perro. Y no solo eso, fue mi compañero de buenos, y malos ratos. No voy a describir demasiado como fue su vida conmigo. Todo el mundo puede hacerse una idea de lo que era para una chica joven su perro, y más si es deseada su compañía. Durante dos años aquel Rough Collie permaneció a mi lado, formando parte activa en mi vida, y dejándome una huella imborrable en el alma. Desgraciadamente las cosas buenas no suelen durar demasiado. Después de suplicar, y prometer, y jurar, y volver a suplicar a mi madre para que no me separase de mi amigo, hizo caso omiso a todo lo que le dije, y convenció finalmente a mi tío para que Varón abandonase mi casa.

Yo sé que fue terrible para mí aquella separación, pero sin duda no fui la única que se dio cuenta de esto. Poco tiempo después, transcurridos unos meses de la partida de Varón, mi padre dándose cuenta de mi estado de ánimo, no tuvo más remedio que consentir, siempre con la promesa de que continuaría obteniendo buenas notas, no la vuelta de Varón, pero al menos permiso para que tuviera otro perro. De esta manera apareció en mi vida Sara, una pastora Alemana, a la que quise muchísimo, y todavía, esté donde esté sigo queriendo. Pero como hemos dicho antes, las cosas buenas… Sara murió envenenada por unos criminales (digo criminales, porque no está bien decir lo que quiero) cuando intentaron entrar a robar en mi casa. Estuvo conmigo cuatro maravillosos años, y hasta el final, fue una perra ejemplar. Una amiga.

Pasó un año desde que Sara nos dejase en tan malas circunstancias, pero al igual que lo bueno, las cosas malas tampoco suelen durar. Un buen día, me llevé una estupenda sorpresa, cuando mi padre apareció en mi casa con un cachorro de pastor alemán llamado Thor. Aun seguía con la pena de la perdida de Sara, pero aquello no hizo que me alejase del pequeño Thor. Todo lo contrario. Thor fue muy importante en mi vida. Pasé muchísimas horas con él. Tal fue el vínculo que conseguimos crear, que prácticamente llegue a pensar que entendía mejor a los perros, que a las personas. Y no solo era lo que yo pensaba, si no lo que él me demostraba repetidamente. Un día, todavía con el recuerdo del intento anterior, unos ladrones volvieron a intentar entrar en mi casa. Demostrando su valentía, y nobleza innatas, Thor hizo frente a los asaltantes demostrando en él una fiereza fuera de lo común. Con mi madre, mi hermana, y yo solas en casa aquel perro se lanzó contra los delincuentes que huyeron despavoridos, perseguidos por Thor. Consiguió saltar el cercado de casa, y gracias, porque si no lo hubiese atravesado, y continuo ladrándoles hasta que quedó convencido de que tenían bastante. No volvimos a saber de ellos, y seguramente, ojalá, todavía estarán corriendo. En aquella época, mis padres estaban en trámites de separación, y en casa solo estábamos nosotras, supongo que fue por eso que los ladrones pensaron que podrían entrar a robar. Que equivocados estaban.

Desgraciadamente unos meses después, llevada a término la separación de mis padres, mi madre, mi hermana, y yo nos fuimos a vivir a otra casa, un piso, donde no podíamos hacernos cargo del valiente Thor, y tuvo que quedarse con mi padre a sabiendas de que no podría hacerse cargo de él. Al menos me queda el consuelo de que mi padre le buscó una buena casa, donde pudo ser feliz.

Pasó poco más de un año de aquella separación, cuando conocí al que hoy día es mi marido. Al igual que yo, un amante de los animales. Con él, y posteriormente con la ayuda de mi hija, he podido disfrutar, y comprender, con el paso de los años, mejor a nuestros perros.

Cuando conocí a mi marido, convivía con un Cocker Americano de nombre Whyskey, con más, o menos un año de edad. Era un pacifico bonachón acostumbrado a la soltería, y a hacer lo que le daba la gana. Viviendo a solas con mi marido en casa, cuado éste no estaba, Whyskey era el rey. Llegada la convivencia en pareja, y teniendo en cuenta que mi marido se iba al trabajo, quedaba en mis deberes el ocuparme plenamente de las necesidades del precioso Whyskey. Yo le sacaba a pasear, le bañaba, le mimaba, y jugaba con él. Hasta que quise poner algunas normas de convivencia, y Whyskey no las acepto. Me gruñía, me intentaba morder, así comenzó una pesadilla con una constante invariable: todo ocurría cuando mi marido no estaba presente.

No pasó desapercibido el cambio que sufría el perro cuando se encontraba conmigo a solas. Aun así, conseguí que Whyskey fuera un buen perro, y que me aceptara en la manada, después de estudiar su conducta, y de corregirle, no sin esfuerzo, sus malas conductas de perro mimado. Solo tuve que poner una serie de normas tanto a mi marido, como a Whyskey.

Tuvimos una buena, larga, y beneficiosa vida justos, llena de muy buenos momentos. Whyskey falleció después de dieciséis años, y hoy día aun sigue en nuestro recuerdo.

Poco después de la perdida de Whyskey, mi marido me regaló un Bull Terrier al que llamamos Nicolás. Nico era un perro muy activo y alegre. Pasados seis meses de la llegada de Nico a nuestra casa, decidimos que queríamos adiestrarlo. Ponerle unas normas, pero de una forma más profesional, y eficaz. Preguntamos en muchos sitios, pero para nuestra sorpresa, en todos los lugares donde preguntamos, nos indicaban que teníamos que dejar el perro en residencia durante al menos un mes. Durante el tiempo que estuvimos buscando un buen centro de adiestramiento, o al menos uno que cumpliese con los requisitos que yo deseaba para Nico, estuve pensando sobre la necesidad de someter al perro a un adiestramiento en residencia, y me di cuenta de era yo realmente quien debía adiestrarlo, ya que tenía la convicción, y el tiempo para dedicarle. Después de darme por vencida, segura de que podría, tardase lo que tardase, comencé a adiestrarlo con los vagos conocimientos que tenía sobre adiestramiento canino. Fue durante este tiempo cuando llegó a nuestra vida Quinto, un rottweiler precioso, y un pittbull mejicano de nombre Hugo. Para entonces Nicolás ya tenía dos años, y ya era un perro equilibrado, y obediente.

Unos cuatro meses después de que Quinto, y Hugo llegasen a nuestra casa, encontré, al fin, un lugar idóneo donde me permitían, y ayudaban a adiestrar a mis perros. A este centro comencé a asistir periódicamente con quinto, ya que al ser un Rottweiler, y pertenecer a los llamados “perros potencialmente peligrosos”, consideré que necesitaba alcanzar una personalidad que fuera sociable, y equilibrada. No solo eso, posteriormente me fijé la meta de conseguir que Quinto llegara a ser algún día un perro de búsqueda, y rescate de personas desaparecidas, ya que solo escuchaba malas noticias, y acciones terribles sobre esta raza.

Necesitaba, a toda costa, ver u oír, que un Rottweiler pudiera hacer una labor social.

Hoy, Quinto es un perro operativo en búsqueda, y rescate de personas desaparecidas, habiendo trabajado activamente en la unidad canina de Protección Civil del Ayuntamiento de Murcia. Cumpliendo servicio en dos búsquedas reales de personas desaparecidas. Hoy día trabaja para la Asociación Murciana de guías de perros de  búsqueda, rescate, y salvamento. Un orgullo. Todo esto bajo la supervisión, y ayuda de Jorge, un gran profesional, y amigo, al que le agradecemos su gran esfuerzo, y dedicación.

 No quiero olvidarme de Oscar Páez Sousa, al que conocí al comienzo del adiestramiento de Quinto, y el cual me hizo involucrarme, y comprender mucho más al perro, y le estoy muy agradecida porque ha conseguido convertir un hobby, en una forma de vivir. A día hoy convivimos  en casa, mi marido, mi hija, y yo, con el pequeño Keny, Quinto, Kondo, Geisha, Dory, y Kron. Además de todos los perros que me hacen disfrutar tanto por la mañana como por la tarde cuando impartimos clase.
Quiero agradecer a todos el empeño que ponéis al querer obsequiar una buena obediencia, y educación al mejor amigo del hombre. Vuestro amigo más fiel. Vuestro perro.

No hay comentarios:

Publicar un comentario