Esta es la historia de una chica
normal, no nos engañemos. No todas las historias deben de ser de grandes, y
heroicas personas, que realizan grandes gestas, o que descubren míticos lugares
perdidos, corriendo un sin fin de aventuras. Es la historia de una persona
normal, como digo, aunque no por ello es una mala historia.
Nuestra historia comienza en el
seno de una familia trabajadora. Con un padre, funcionario de toda la vida, y una
madre, que auxiliaba a su padre, el abuelo, en la empresa familiar. Nuestra
protagonista, desde muy pequeña siempre dio muestras de poseer una afinidad
singular con todos los animales. No es extraño que un niño quiera, desde su más
tierna infancia, ser veterinario, pero no es común cuando creces, seguir con la
misma determinación, y entusiasmo. Cuando un niño sale del colegio, y está en
la adolescencia, normalmente, sus objetivos varían. Es por tanto inusual cuando
te conviertes en adulto, como digo, continuar con esta convicción a la hora de entender
que es lo quiere ser de mayor, lo que por supuesto, no fue bienvenido en su
hogar. No podía se menos. Para la familia de nuestra protagonista, fue un duro
varapalo el encontrarse con la obcecación de la niña, que por todos los medios,
refunfuñaba, y esgrimía argumentos impropios de su edad, con el convencimiento
de estar en el verdadero camino para labrarse su futuro. Por supuesto, lo que
la niña no sabía, era que la carrera de veterinaria nunca fue una opción para
sus padres. Para ellos las únicas carreras que su hija podía realizar eran o económicas,
o medicina. Así que aunque nuestra protagonista se esforzó, y trabajó todo lo
que pudo para que sus notas fuesen las mejores, conseguir lo que tanto ansiaba
siempre fue, algo imposible. Esta historia que comienza así, no es para mí extraña,
ya que creo que está de más decir, que esa niña era yo.
Pero estas son las cosas que
tiene la vida. Aunque se trace un plan exquisitamente ideado, el destino
tiende, siempre, a imponer su voluntad. Esto me lleva a recordar, el que fue,
uno de mis mejores días de cumpleaños. Aun me encontraba realizando mis
estudios, cuando uno de mis tíos, me llamó para darme su regalo. De repente me
encontré con una nube de entusiasmo, y vitalidad, todo lleno de lengua y cola
que no paraba de lamerme, y hacerme arrumacos. Con una confianza extrema, un Rough
collie de nombre Varón, estaba intentando convencerme para que fuese su amiga.
No le costó mucho, he de decir, pero fui la única que vio con buenos ojos la
llegada de Varón a nuestra casa. Al contrario de lo que me esperaba, la idea de
que aquel perro se quedase conmigo desató enfrentamientos familiares que
prefiero no recordar. La causa de todo el alboroto, no solo era el perro en sí,
si no que a mi madre le dan miedo los perros, y por supuesto, eso significaba que
no iba a dejar a una de sus hijas tener uno.
Lo cierto es que, pese a quien
pese, aquel perro aporto mucho a mi vida. Fue mi primer perro. Y no solo eso,
fue mi compañero de buenos, y malos ratos. No voy a describir demasiado como
fue su vida conmigo. Todo el mundo puede hacerse una idea de lo que era para
una chica joven su perro, y más si es deseada su compañía. Durante dos años
aquel Rough Collie permaneció a mi lado, formando parte activa en mi vida, y
dejándome una huella imborrable en el alma. Desgraciadamente las cosas buenas
no suelen durar demasiado. Después de suplicar, y prometer, y jurar, y volver a
suplicar a mi madre para que no me separase de mi amigo, hizo caso omiso a todo
lo que le dije, y convenció finalmente a mi tío para que Varón abandonase mi
casa.
Yo sé que fue terrible para mí
aquella separación, pero sin duda no fui la única que se dio cuenta de esto.
Poco tiempo después, transcurridos unos meses de la partida de Varón, mi padre
dándose cuenta de mi estado de ánimo, no tuvo más remedio que consentir,
siempre con la promesa de que continuaría obteniendo buenas notas, no la vuelta de
Varón, pero al menos permiso para que tuviera otro perro. De esta manera
apareció en mi vida Sara, una pastora Alemana, a la que quise muchísimo, y todavía,
esté donde esté sigo queriendo. Pero como hemos dicho antes, las cosas buenas…
Sara murió envenenada por unos criminales (digo criminales, porque no está bien
decir lo que quiero) cuando intentaron entrar a robar en mi casa. Estuvo conmigo
cuatro maravillosos años, y hasta el final, fue una perra ejemplar. Una amiga.
Pasó un año desde que Sara nos
dejase en tan malas circunstancias, pero al igual que lo bueno, las cosas malas
tampoco suelen durar. Un buen día, me llevé una estupenda sorpresa, cuando mi
padre apareció en mi casa con un cachorro de pastor alemán llamado Thor. Aun seguía
con la pena de la perdida de Sara, pero aquello no hizo que me alejase del
pequeño Thor. Todo lo contrario. Thor fue muy importante en mi vida. Pasé muchísimas
horas con él. Tal fue el vínculo que conseguimos crear, que prácticamente llegue
a pensar que entendía mejor a los perros, que a las personas. Y no solo era lo
que yo pensaba, si no lo que él me demostraba repetidamente. Un día, todavía con
el recuerdo del intento anterior, unos ladrones volvieron a intentar entrar en
mi casa. Demostrando su valentía, y nobleza innatas, Thor hizo frente a los
asaltantes demostrando en él una fiereza fuera de lo común. Con mi madre, mi
hermana, y yo solas en casa aquel perro se lanzó contra los delincuentes que
huyeron despavoridos, perseguidos por Thor. Consiguió saltar el cercado de
casa, y gracias, porque si no lo hubiese atravesado, y continuo ladrándoles
hasta que quedó convencido de que tenían bastante. No volvimos a saber de
ellos, y seguramente, ojalá, todavía estarán corriendo. En aquella época, mis
padres estaban en trámites de separación, y en casa solo estábamos nosotras,
supongo que fue por eso que los ladrones pensaron que podrían entrar a robar. Que
equivocados estaban.
Desgraciadamente unos meses
después, llevada a término la separación de mis padres, mi madre, mi hermana, y
yo nos fuimos a vivir a otra casa, un piso, donde no podíamos hacernos cargo
del valiente Thor, y tuvo que quedarse con mi padre a sabiendas de que no podría
hacerse cargo de él. Al menos me queda el consuelo de que mi padre le buscó una
buena casa, donde pudo ser feliz.
Pasó poco más de un año de
aquella separación, cuando conocí al que hoy día es mi marido. Al igual que yo,
un amante de los animales. Con él, y posteriormente con la ayuda de mi hija, he
podido disfrutar, y comprender, con el paso de los años, mejor a nuestros
perros.
Cuando conocí a mi marido, convivía
con un Cocker Americano de nombre Whyskey, con más, o menos un año de edad. Era
un pacifico bonachón acostumbrado a la soltería, y a hacer lo que le daba la
gana. Viviendo a solas con mi marido en casa, cuado éste no estaba, Whyskey era
el rey. Llegada la convivencia en pareja, y teniendo en cuenta que mi marido se
iba al trabajo, quedaba en mis deberes el ocuparme plenamente de las
necesidades del precioso Whyskey. Yo le sacaba a pasear, le bañaba, le mimaba,
y jugaba con él. Hasta que quise poner algunas normas de convivencia, y Whyskey
no las acepto. Me gruñía, me intentaba morder, así comenzó una pesadilla con
una constante invariable: todo ocurría cuando mi marido no estaba presente.
No pasó desapercibido el cambio
que sufría el perro cuando se encontraba conmigo a solas. Aun así, conseguí que
Whyskey fuera un buen perro, y que me aceptara en la manada, después de
estudiar su conducta, y de corregirle, no sin esfuerzo, sus malas conductas de
perro mimado. Solo tuve que poner una serie de normas tanto a mi marido, como a
Whyskey.
Tuvimos una buena, larga, y beneficiosa vida justos, llena
de muy buenos momentos. Whyskey falleció después de dieciséis años, y hoy día
aun sigue en nuestro recuerdo.
Poco después de la perdida de
Whyskey, mi marido me regaló un Bull Terrier al que llamamos Nicolás. Nico era
un perro muy activo y alegre. Pasados seis meses de la llegada de Nico a
nuestra casa, decidimos que queríamos adiestrarlo. Ponerle unas normas, pero de
una forma más profesional, y eficaz. Preguntamos en muchos sitios, pero para
nuestra sorpresa, en todos los lugares donde preguntamos, nos indicaban que teníamos
que dejar el perro en residencia durante al menos un mes. Durante el tiempo que
estuvimos buscando un buen centro de adiestramiento, o al menos uno que
cumpliese con los requisitos que yo deseaba para Nico, estuve pensando sobre la
necesidad de someter al perro a un adiestramiento en residencia, y me di cuenta
de era yo realmente quien debía adiestrarlo, ya que tenía la convicción, y el tiempo
para dedicarle. Después de darme por vencida, segura de que podría, tardase lo
que tardase, comencé a adiestrarlo con los vagos conocimientos que tenía sobre
adiestramiento canino. Fue durante este tiempo cuando llegó a nuestra vida Quinto,
un rottweiler precioso, y un pittbull mejicano de nombre Hugo. Para entonces
Nicolás ya tenía dos años, y ya era un perro equilibrado, y obediente.
Unos cuatro meses después de que
Quinto, y Hugo llegasen a nuestra casa, encontré, al fin, un lugar idóneo donde
me permitían, y ayudaban a adiestrar a mis perros. A este centro comencé a asistir
periódicamente con quinto, ya que al ser un Rottweiler, y pertenecer a los
llamados “perros potencialmente peligrosos”, consideré que necesitaba alcanzar
una personalidad que fuera sociable, y equilibrada. No solo eso, posteriormente
me fijé la meta de conseguir que Quinto llegara a ser algún día un perro de
búsqueda, y rescate de personas desaparecidas, ya que solo escuchaba malas
noticias, y acciones terribles sobre esta raza.
Necesitaba, a toda costa, ver u oír, que un Rottweiler
pudiera hacer una labor social.
Hoy, Quinto es un perro operativo
en búsqueda, y rescate de personas desaparecidas, habiendo trabajado
activamente en la unidad canina de Protección Civil del Ayuntamiento de Murcia.
Cumpliendo servicio en dos búsquedas reales de personas desaparecidas. Hoy día
trabaja para la Asociación Murciana de guías de perros de búsqueda, rescate, y salvamento. Un orgullo. Todo
esto bajo la supervisión, y ayuda de Jorge, un gran profesional, y amigo, al
que le agradecemos su gran esfuerzo, y dedicación.
No quiero olvidarme de Oscar Páez Sousa, al
que conocí al comienzo del adiestramiento de Quinto, y el cual me hizo involucrarme,
y comprender mucho más al perro, y le estoy muy agradecida porque ha conseguido
convertir un hobby, en una forma de vivir. A día hoy convivimos en casa, mi marido, mi hija, y yo, con el
pequeño Keny, Quinto, Kondo, Geisha, Dory, y Kron. Además de todos los perros
que me hacen disfrutar tanto por la mañana como por la tarde cuando impartimos
clase.
Quiero agradecer a todos el empeño que ponéis al querer
obsequiar una buena obediencia, y educación al mejor amigo del hombre. Vuestro
amigo más fiel. Vuestro perro.
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